"El Guggenheim no se implantó en Bilbao para facilitar el acceso de los ciudadanos al arte, sino para cumplir unos objetivos de regeneración en los cuatro puntos que acabamos de citar [urbanismo, imagen y comunicación, actividad económica y lealtad política]. Su papel no estriba en proponer o suscitar un debate, sino en comunicar el nuevo estatus de la ciudad y su atractivo como destino para la clientela foránea."
Así de categórico se muestra Iñaki Esteban en su obra, El efecto Guggenheim. Ya han pasado diez años desde que el controvertido museo abriera sus puertas y era hora de hacer un balance sobre lo que dicho proyecto ha supuesto.
Basándose en un concepto de "ornamento" que cabalga entre las definiciones de Adolf Loos y Sigfried Kracauer, el autor vertebra una lúcida visión sobre lo que el museo ha supuesto. Se trata de transmitir una imagen, una especie de marketing para que Bilbao (y por proximidad, el País Vasco) entre en el circuito del turismo actual, para que "se ponga la ciudad en el mapa".
Por tanto, la discusión sobre el Guggenheim supera el debate sobre la mera función de colección y preservación del arte que hasta ahora se les había adjudicado a los museos y abre las vías a un nuevo concepto sobre ellos y las múltiples edificaciones (palacios de congresos, auditorios...) que se están creando como "ornamentos" de los lugares en las que están ubicadas, llegándo se incluso a denominarlas como "las nuevas catedrales".
Una obra amena y que se lee con facilidad. Además aporta detalles sobre la gestión del museo que habían caído en el olvido (como el informe del Tribunal Vasco de Cuentas o las supuestas irregularidades en la contratación de personal).
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