Miguel Sánchez-Ostiz es un raro sin buscarlo, un hombre que en cada libro se vacía de verdades con el mismo empeño con que otros ansían inflarse de prebendas, lujos, premios, bagatelas, miserias de portal o mentidero. El navarro, en Liquidación por derribo, sigue levantando sobre los días idos un prodigiosos monumento a la honestidad. Sus diarios no descubren su hora de afeitado ni desvelan sus vicios de cama. Ni falta que hace. Se agradece que no huelan a máquina singer ni a moscatel con moho.
Un raro, sí, empujado a los bordes por una tribu literaria encantada de pasearse en elefante o palidecer de absenta, vendida a quien mejor compre el olor de sus cuescos o los cambios de color y espesura de su semen. Un tipo extraño este Miguel, que cuando hay tormenta sale a tratar de entenderla y explicarla por escrito. Otros tragan agua por el culo, y qué castas, tú, y qué jolgorio.
Muskiz
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